Frases y fragmentos: La náusea de Sartre
Recopilación de textos de la primera novela filosófica de Jean Paul Sartre
Durante principios de este año leí La náusea de Jean Paul Sartre y mientras lo hacía me dediqué a escribir minuciosamente todas las frases y fragmentos que me maravillaron. Anoté también la página de la que extraí cada cita, por lo que si alguno tiene la edición que aparece en la fotografía puede ir a la página y encontrar el texto, lo cual puede ser muy útil si están haciendo una revisión bibliográfica de la novela. Creo que es una de las recopilaciones más extensas que he hecho en este blog y es debido a que La náusea fue un libro que me impactó tremendamente.
Las frases y fragmentos existencialistas más destacados del libro:
En la pared hay un agujero blanco, el espejo. Es una
trampa. Sé que voy a dejarme atrapar. Ya está. La cosa gris acaba de aparecer
en el espejo. Me acerco y la miro; ya no puedo irme. Es el reflejo de mi
rostro. A menudo en estos días perdidos, me quedo contemplándolo. No comprendo
nada en este rostro. Los de los otros tienen un sentido. El mío, no. Ni
siquiera puedo decidir si es lindo o feo. Pienso que es feo, porque me lo han
dicho. Pero no me sorprende. En el fondo, a mí mismo me choca que puedan
atribuirle cualidades de ese tipo, como si llamaran lindo o feo a un montón de
tierra o a un bloque de piedra. Pág. 36.
Era una especie de repugnancia dulzona. ¡Qué desagradable
era! Y procedía del guijarro, estoy seguro; pasaba del guijarro a mis manos.
Sí, es eso, es eso; una especie de náusea en las manos. Pág. 28.
Entonces me dio la Náusea: me dejé caer en el asiento,
ni siquiera sabía dónde estaba; veía girar lentamente los colores a mi alrededor;
tenía ganas de vomitar. Y desde entonces la Náusea no me ha abandonado, me
posee. Pág. 40.
La Náusea no está en mí; la siento allí, en la pared, en los
tirantes, en todas partes a mi alrededor. Pág. 41.
Pero el tiempo es demasiado ancho, no se deja llenar. Todo
lo que uno sumerge en él se ablanda y estira. Pág. 43.
Así es el tiempo, el tiempo desnudo; viene lentamente a la
existencia, se hace esperar y cuando llega uno siente asco porque cae en al
cuenta de que hacía mucho que estaba ahí. Pág. 58-59.
Sueño basándome en palabras, eso es todo. Pág. 61
Ciertos conocimientos abreviados permanecen en mi memoria.
Pero ya no veo nada; es inútil que hurgue en el pasado, sólo saco restos de
imágenes y no sé muy bien lo que representan, ni si son recuerdos o ficciones. Pág. 60 - 61.
Algo comienza para terminar: la aventura no admite añadidos;
sólo cobra sentido con su muerte. Hacia esta muerte, que acaso sea también la
mía, me veo arrastrado irremisiblemente. Cada instante aparece para traer los
siguientes. Me aferro a cada instante con toda el alma; sé que es único,
irreemplazable y; sin embargo, no movería un dedo para impedir su aniquilación.
El último minuto que paso en brazos de una mujer conocida la antevíspera
—minuto que amo apasionadamente, mujer que estoy a punto de amar— terminará, lo
sé. Me inclino sobre cada segundo, trato de agotarlo; no dejo nada sin captar,
sin fijar para siempre en mí, nada, ni la ternura fugitiva de esos hermosos
ojos y; sin embargo, el minuto transcurre y no lo retengo; me gusta que pase. Y
entonces de pronto algo se rompe. La aventura ha terminado, el tiempo recobra
su blandura cotidiana. Ahora el fin y el comienzo son una sola cosa. Aceptaría
revivirlo todo, en las mismas circunstancias. Pero una aventura no se empieza
de nuevo ni se prolonga. Pág. 68-69.
…para que el suceso más trivial se convierta en aventura,
es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre
es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las
ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida
como si la contara. Pero hay que escoger: o vivir o contar. Cuando uno vive, no
sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. Nunca
hay comienzos. Pág. 70.
Esto es vivir. Pero al contar la vida, todo cambia; sólo que
es un cambio que nadie nota; la prueba es que se habla de historias verdaderas.
Como si pudiera haber historias verdaderas; los acontecimientos se producen en
un sentido, y nosotros los contamos en sentido inverso. Pág. 71.
Por el momento querían vivir con el mínimo de gasto,
economizar gestos, palabras, pensamientos, hacer la plancha: tenían un solo día
para borrar las arrugas, las patas de gallo, los pliegues amargos que deja el
trabajo de la semana. Un solo día. Sentían que los minutos se les deslizaban
entre los dedos; ¿tendrían tiempo de acumular bastante juventud para empezar de
nuevo el lunes por la mañana? Pág. 90-91.
Pero para mí no hay ni lunes ni domingo; hay días que se
empujan en desorden, y de pronto, relámpagos como éste. Pág. 93.
Hoy ya no espero nada vuelvo a mi casa al final de un
domingo vacío: la cosa está allá.
Echo a andar. El viento me trae el grito de una sirena.
Estoy completamente solo pero camino como un ejército que irrumpiera en una
ciudad. Pág. 94.
Quizá no haya nada en el mundo que me importe tanto como
este sentimiento de aventura. Pero viene cuando quiere; se va rápidamente, ¡Y
me deja tan agotado! ¿Me hará estas breves visitas irónicas para demostrarme
que he echado a perder mi vida? Pág. 96.
No necesito hacer frases. Escribo para poner en claro
ciertas circunstancias. Desconfiar de la literatura. Hay que escribirlo todo al
correr de la pluma, sin buscar las palabras. Pág. 96.
De pronto uno siente que el tiempo transcurre, que cada
instante conduce a otro, éste a otro y así sucesivamente; que cada instante se
aniquila, que no vale la pena intentar retenerlo, etc., etc. Y entonces
atribuimos esta propiedad a los acontecimientos que se presentan en los
instantes; lo que pertenece a la forma lo referimos al contenido. En suma, se
habla mucho del famoso transcurso del tiempo, pero nadie lo ve. Vemos una
mujer, pensamos que será vieja, pero no la vemos envejecer. Ahora bien, por
momentos nos parece que la vemos envejecer y que nos sentimos envejecer con
ella: es el sentimiento de aventura. Pág. 97.
El pasado es un lujo de propietario. Pág. 110
Nadie se mete el pasado en el bolsillo. Hay que tener una
casa para acomodarlo. Mi cuerpo es lo único que poseo; un hombre solo, con su
cuerpo, no puede detener los recuerdos; le pasan a través. No debería quejarme;
sólo quise ser libre. Pág. 110
Supongo que es por pereza que el mundo se asemeja de un día
a otro. Parecía como si hoy quisiera cambiar. Y entonces, todo todo podía
suceder. Pág. 128.
Yo no tenía derecho a existir. Había aparecido por
casualidad. Existía como una piedra, como una planta, como un microbio. Mi vida
crecía a la buena de Dios y en todas direcciones. A veces me enviaba vagas
señales; otras veces solo sentía un zumbido sin consecuencias. Pág. 139.
Mi existencia comenzaba a asombrarme. ¿No sería yo
simplemente una apariencia? Pág. 142.
M. de Rollebon era mi socio: él me necesitaba para ser, y yo
lo necesitaba para no sentir mi ser. Yo proporcionaba la materia bruta, esa
materia bruta que tenía para la reventa, con la cual no sabía qué hacer: la
existencia, mi existencia. Su parte era representar. Permanecía frente a mí y
se había apoderado de mi vida para representarme la suya, Yo ya no me daba
cuenta de que existía, ya no existía en mí sino en él; por él comía, por él
respiraba, cada uno de mis movimientos tenía sentido fuera, allí, justo frente
a mí en él; ya no veía mi mano trazando las letras en el papel, ni siquiera la
frase que había escrito; detrás, más allá del papel, veía al marqués que había
reclamado este gesto, cuya existencia consolidaba este gesto. Yo era sólo un
medio de hacerlo vivir, él era mi razón de ser, me había librado de mí. ¿Qué
haré ahora? Pág. 160.
La cosa, que aguardaba, me ha dado la voz de alarma, me ha
caído encima, se escurre en mí, estoy lleno de ella. La Cosa no es nada: la
Cosa soy yo. La existencia liberada, desembarazada, refluye sobre mí. Existo. Pág. 160.
Existo. Es algo tan dulce, tan dulce, tan lento. Y leve;
como si se mantuviera solo en el aire. Se mueve. Por todas partes, roces que
caen y se desvanecen. Muy suave, muy suave. Tengo la boca llena de agua
espumosa. La trago, se desliza por mi garganta, me acaricia y renace en mi
boca. Hay permanentemente en mi boca un charquito de agua blancuzca que me roza la lengua. Y este charco también soy yo. Y la lengua. Y la garganta
soy yo. Pág. 160-161.
Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de
pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más insulso que hay. Más
insulso aún que la carne. Son una cosa que se estira interminablemente, y dejan
un gusto raro. Y además, dentro de los pensamientos están las palabras, las
palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan sin interrupción. Pág. 162.
Yo no tengo tribulaciones, dispongo de dinero como un
rentista, no tengo jefe, ni mujer, ni hijos; existo, eso es todo. Pág. 172.
Cada uno tiene su pequeño empecinamiento personal que le
impide darse cuenta de que existe; no hay una que no se crea indispensable para
alguien o para algo. 180
Existo –el mundo existe–y sé que el mundo existe. Eso es
todo. Pero me da lo mismo. Es extraño que todo me dé lo mismo: me espanta. Pág. 197.
No necesito volverme para saber que me miran a través de los
vidrios; miran mi espalda con sorpresa y disgusto; creían que era como ellos,
que era un hombre y los he engañado. De pronto perdí mi apariencia de hombre, y
vieron un cangrejo que escapaba a reculones de esa sala tan humana. Pág. 198.
La Náusea no me ha abandonado y no creo que me abandone tan
pronto; pero ya no la padezco, ya no es una enfermedad ni un acceso pasajero:
soy yo. Pág. 203
Jamás había presentido, antes de estos últimos días, lo que
quería decir “existir”. Era como los demás, como los que se pasean a la orilla
del mar con sus trajes de primavera. Decía como ellos: “el mar es verde”,
“aquel punto blanco, allá arriba, es una gaviota”, pero no sentía que aquello
existía, que la gaviota era una “gaviota-existente”; de ordinario la existencia
se oculta. Está ahí, alrededor de nosotros, en nosotros, ella es nosotros, no
es posible decir dos palabras sin hablar de ella y, finalmente, queda intocada.
Hay que convencerse de que, cuando creía pensar en ella, no pensaba en nada,
tenía la cabeza vacía o más exactamente una palabra en la cabeza, la palabra
“ser”. O pensaba… ¿cómo decirlo? Pensaba la pertenencia, me decía que el mar
pertenecía a la clase de los objetos verdes o que el verde formaba parte de las
cualidades del mar. Aun mirando las cosas, estaba a cien leguas de pensar que
existían: se me presentaban como un decorado. Págs. 203-204.
Y de golpe estaba allí, clara como el día: la existencia se
descubrió de improviso. Había perdido su apariencia inofensiva de categoría
abstracta; era la materia misma de las cosas, aquella raíz estaba amasada en
existencia. O más bien la raíz, las verjas del jardín, el césped ralo, todo se
había desvanecido; la diversidad de las cosas, su individualidad sólo eran una
apariencia, un barniz. Ese barniz se había fundido, quedaban masas monstruosas
y blandas, en desorden, desnudas, con una desnudez espantosa y obscena. Pág. 204.
Éramos un montón de existencias incómodas, embarazadas por
nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar allí, ni unos ni otros:
cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto, se sentía de más con
respecto a los otros. Pág. 205.
Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por
definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí,
simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible
deducirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Solo que han intentado
superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Pero
ningún ser necesario puede explicar la existencia; la contingencia no es una
máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, en consecuencia,
la gratuidad perfecta. Todo es gratuito: ese jardín, esta ciudad, yo mismo. Pág. 210.
Todo estaba pleno, todo en acto, no había tiempo débil;
todo, hasta el sobresalto más imperceptible, estaba hecho de existencia. Y
todos esos existentes que se afanaban alrededor del árbol no venían de ninguna
parte ni iban a ninguna parte. De golpe existían y después, de golpe, no
existían: la existencia no tiene memoria; no conserva nada de los
desaparecidos, ni siquiera un recuerdo. Existencia en todas partes, al
infinito, de más siempre y en todas partes; existencia, siempre limitada sólo
por la existencia. Me dejé estar en el banco, aturdido, abrumado por esa
profusión de seres sin origen; en todas partes eclosiones, florecimientos; me
zumbaban de existencia los oídos, mi misma carne palpitaba y se entreabría, se
abandonaba a la brotadura universal; era repugnante. “¿Pero por qué, pensaba
yo, por qué tantas existencias, si todas se parecen?” 213.
Imposible ver las cosas de esta manera. Blanduras,
debilidades, sí. Los árboles flotaban, ¿ímpetu hacia el cielo? Más bien un
derrumbe; a cada instante esperaba ver arrugarse los troncos como juncos
cansados, encogerse y caer al suelo en un montón negro y blando con pliegues.
No tenían ganas de existir, pero no podían evitarlo; eso es todo. Entonces
hacían todos sus pequeñas cocinas, despacito, sin entusiasmo; la savia subía
lentamente en los vasos, a contra gusto, y las raíces se hundían lentamente en
la tierra. Pero a cada instante parecían a punto de plantarlo todo allí y de
aniquilarse. Cansados y viejos, continuaban existiendo de mala gana,
simplemente porque eran demasiado débiles para morir, porque la muerte sólo
podía venirles del exterior. Pág. 214.
Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad
y muere por casualidad. Me dejé ir hacia atrás y cerré los párpados. Pero las
imágenes, en seguida vigilantes, saltaron y vinieron a colmar de existencias
mis ojos cerrados: la existencia es un lleno que el hombre no puede abandonar. Pág. 214.
Parecía como si las
cosas fueran pensamientos que se detenían en el camino, que se olvidaban, que
olvidaban lo que habían querido pensar, y permanecían así, saltando, con un
sentido pequeño y ridículo. Pág. 216.
Soy libre: no me queda ninguna razón para vivir, todas las
que probé se han soltado y ya no puedo imaginar otras... Solo y libre. Pero
esta libertad se parece un poco a la muerte. Pág. 248.
Son apacibles, un poco taciturnos, piensan en Mañana, es
decir, simplemente en un nuevo hoy; las ciudades no disponen más que de una
sola jornada que se repite, muy parecida, todas las mañanas. Apenas la adornan
un poco los domingos. Imbéciles. Me repugna pensar que volveré a ver sus caras
gruesas y tranquilas. Legislan, escriben novelas populistas, se casan, cometen
la extrema estupidez de tener hijos. Entretanto, la gran naturaleza vaga se ha
deslizado en la ciudad, se ha infiltrado en todas partes. Pág. 251.
La verdad es que no puedo soltar la pluma: creo que voy a
tener la náusea y mi impresión es que la retardo escribiendo. Entonces escribo
lo que me pasa por la cabeza. Pág. 274.
Reseña en vídeo de La Náusea
Ricardo Carrión
Administrador del blog
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