El encuentro
Ella siempre me ha recordado a las estrellas, la creo inalcanzable, radiante y eterna. Inalcanzable, me autoimpongo la barrera, soy un pesimista que no ve o no quiere ver ningún camino que me conduzca a su encuentro.
Cada vez que estoy sumergido en el espiral rutinario de mi vida, de pronto despierto, como de un trance, sí, estaba pensando en ella. ¿Por qué? Apenas la he visto en fotografías, y sólo he leído algunas de sus palabras que se introducen constantemente en el fluir de mis pensamientos.
Ahora mismo se filtra en mi mente, mientras camino por la calle. Las personas parecen sombras, espectros atraídos por la luz que genera en mi interior el recuerdo de sus ojos. Me aparto rápidamente, con la desesperación de un hombre que teme perder algo sagrado. El deambular me lleva directo a una plaza, donde vuelvo al paso lento, a la marcha reflexiva.
Ahora mismo se filtra en mi mente, mientras camino por la calle. Las personas parecen sombras, espectros atraídos por la luz que genera en mi interior el recuerdo de sus ojos. Me aparto rápidamente, con la desesperación de un hombre que teme perder algo sagrado. El deambular me lleva directo a una plaza, donde vuelvo al paso lento, a la marcha reflexiva.
El día está radiante, el sol inunda de vida nuestra rudimentaria existencia. Mucha gente lee bajo la sombra de los árboles.
Y de pronto la veo, el inconfundible color de sus cabellos se agita al viento mientras lee, se encuentra a unos cuantos pasos de mí; esa distancia sideral, abstracta, que medía mentalmente con los latidos de mi corazón, se había transformado en simples y concretos pasos.
La sorpresa me congela y me quedo mirándola fijamente embobado. Se percata, y puedo ver en el gesto de su rostro que me reconoce. Deja el libro en su regazo y se dispone a esperar mi llegada. Ya voy hacia ella antes de pensar siquiera en mover una pierna; tropiezo, y sus labios se curvan en una risa de complicidad. No miro por donde voy, me concentro en no perderla de vista, tengo el tonto temor de que pueda desaparecer al más leve de mis descuidos.
Siempre me he preguntado cuánto hay de realidad en lo que captan mis escasos cinco sentidos. Por primera vez pongo a prueba la teoría. Con el último paso que doy hacia ella, siento como atravieso esa delgada línea entre realidad y fantasía. Quiero tocarla, sentir la tibieza de su rostro en la palma de mi mano; me aventuro y la extiendo hacia su mejilla.
Me interrumpe un ruido estrepitoso, como el de un lápiz rasgando la superficie de un papel, pero aumentado diez veces en mis oídos. Todo se deforma, mi brazo cambia de color a blanco y negro, toma el aspecto bidimensional de un dibujo mal hecho, líneas ondulantes se mueven sin parar dando forma a mi mano, a mi cuerpo. Mis dedos comienzan a transformarse en letras, mi mano en una palabra y yo en una frase. El universo se transforma en una historia.
Antes de terminar de escribir pude sentir la calidez de su rostro sobre el papel.
Y de pronto la veo, el inconfundible color de sus cabellos se agita al viento mientras lee, se encuentra a unos cuantos pasos de mí; esa distancia sideral, abstracta, que medía mentalmente con los latidos de mi corazón, se había transformado en simples y concretos pasos.
La sorpresa me congela y me quedo mirándola fijamente embobado. Se percata, y puedo ver en el gesto de su rostro que me reconoce. Deja el libro en su regazo y se dispone a esperar mi llegada. Ya voy hacia ella antes de pensar siquiera en mover una pierna; tropiezo, y sus labios se curvan en una risa de complicidad. No miro por donde voy, me concentro en no perderla de vista, tengo el tonto temor de que pueda desaparecer al más leve de mis descuidos.
Siempre me he preguntado cuánto hay de realidad en lo que captan mis escasos cinco sentidos. Por primera vez pongo a prueba la teoría. Con el último paso que doy hacia ella, siento como atravieso esa delgada línea entre realidad y fantasía. Quiero tocarla, sentir la tibieza de su rostro en la palma de mi mano; me aventuro y la extiendo hacia su mejilla.
Me interrumpe un ruido estrepitoso, como el de un lápiz rasgando la superficie de un papel, pero aumentado diez veces en mis oídos. Todo se deforma, mi brazo cambia de color a blanco y negro, toma el aspecto bidimensional de un dibujo mal hecho, líneas ondulantes se mueven sin parar dando forma a mi mano, a mi cuerpo. Mis dedos comienzan a transformarse en letras, mi mano en una palabra y yo en una frase. El universo se transforma en una historia.
Antes de terminar de escribir pude sentir la calidez de su rostro sobre el papel.
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