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domingo, 11 de diciembre de 2022

Reseña: La conjura de los necios (John Kennedy Toole)

 Reseña: La conjura de los necios. John Kennedy Toole

 

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¡Hola a todos! Bienvenidos al blog. Hoy les traigo la reseña de La conjura de los necios del autor estadounidense John Kennedy Toole.

 

La publicación de esta novela tiene una historia bastante trágica. Su autor la escribió a principios de la década de 1960 e intentó publicarla en diferentes editoriales pero todas rechazaron el manuscrito. Frustrado por el fracaso de su obra entra en un proceso de autodestrucción y a los 32 años de edad en 1969 decide terminar con su vida. Años más tarde su madre insistiría en la publicación de la novela de su hijo hasta lograr que un reconocido escritor norteamericano la leyera. Walker Percy en un inicio lee la novela a regañadientes pero finalmente le gusta tanto que gracias a sus contactos se logra publicar en 1980. En 1981 gana el premio Pulitzer de ficción.

 

La conjura de los necios es una novela en que la opinión de los lectores es muy dividida. Algunos, con la promesa que les hará reír mucho, se decepcionan porque no les causó gracia. Otros no entienden hacia dónde se dirige la historia. Las aventuras de su personaje principal parecen no tener ningún sentido y abandonan el libro a la mitad.

 

En un inicio me sentí como esos lectores, no me reía y tampoco entendía el sentido de la historia de Ignatius Reilly. Pero me mantuve firme en la lectura hasta que empecé a reírme sin darme cuenta.  Cuando terminé el libro sentí que estaba ante una novela extremadamente bien pensada y que nada de lo disparatado de la historia es al azar. Es un engranaje perfecto, que parece flexible, caótico, pero que está muy bien calculado.

 

Con el pasar de las páginas me di cuenta que era mi tipo de novela. De esas que critican la sociedad, que critican el sistema y que nos presenta personajes que han sido destrozados por una sociedad de consumo. Es una novela de perdedores y marginados que sufren las injusticias de los tiempos modernos. Personajes rotos por dentro, llenos de soledad y frustración. Pero en un inicio no la reconocí así. Es más, no podía enmarcarla en ninguna temática específica. ¿Y esto por qué? Porque estoy acostumbrado a que las novelas de este tipo son introspectivas, melancólicas, tristes y desoladoras. Con personajes que no pueden soportar el peso de la realidad, que buscan escapar de ella por medio del silencio y la soledad. Levantando barreras a su alrededor.

En cambio, La conjura de los necios aborda esta temática de manera totalmente opuesta. Ignatuis Reilly no combate el peso de la realidad sucumbiendo ante ella, aplastado, disminuyéndose ante ella, callándose, reflexionando en silencio. Lo combate con altanería, con glotonería, con superioridad moral. Arrasando con todo. Eleva su espada de plástico contra las injusticias y lo que cree que está mal. Contra una sociedad que no reconoce su genio, que no reconoce su talento y su inmensa sabiduría. Una sociedad que se ha volcado al consumo y ha perdido su encanto medieval. Todo el mundo está equivocado, todo el mundo está en su contra. Por lo mismo, él está en una constante lucha contra aquellos que se aferran a ideas equivocadas. Que cometen errores, que su misma existencia es un error. Contra ellos lucha cada día. Contra los necios. Y por eso la novela inicia con esta frase:

 

“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”.

 

Un personaje así no puede tener una apariencia que lo haga pasar desapercibido. Si estamos hablando del opuesto al típico personaje desencantado con el mundo, no puede tener un aspecto normal. No puede ser invisible. Tiene que ser diferente. Es por eso que, el inicio del libro me parece de una genialidad asombrosa. Porque parte describiendo a Ignatius. Y en una situación bastante especial. Se encuentra en un lugar muy concurrido, lleno de gente, pero un policía se fija en él, sin siquiera él hacer nada. Está parado frente a unos almacenes esperando a su madre. No hace nada, pero el policía lo encuentra sospechoso y quiere detenerlo. Ignatius siempre llama la atención porque simplemente no encaja. No es parte del público homogéneo donde son todos iguales, normales. Personas producidas en masa por el sistema. Él resalta, incomoda, molesta, es diferente. Está hecho para incomodarlos a todos, incluso al lector. Ignatius no es un héroe, es un antihéroe.

 

No encaja ni con su pensamiento ni con su apariencia. Desde su interior hasta su exterior Ignatius es un extranjero en la ciudad norteamericana de Nueva Orleans donde se desarrolla la historia.

Cuando iniciamos una novela cuyo protagonista no encaja en el mundo, empatizamos inmediatamente con él, porque está triste, porque está solo, porque se siente perdido, porque es inferior a nosotros, o es igual a nosotros, nos sentimos como él. Pero cuando el personaje es altanero, cuando el personaje nos desprecia sin titubeos, y se siente superior a nosotros, no entendemos nada. Por eso esta novela es muy poco comprendida.

 

“Sólo me relaciono con mis iguales, pero como no tengo iguales no me relaciono con nadie”.

 

A medida que la historia se desarrolla, constantemente el narrador hace referencia al físico de Ignatius, presentándolo siempre como un tipo enorme, desproporcionado, como si su cuerpo no pudiese contener su interior.  En Ignatius Reilly todo es exageración. Es hipocondriaco, cualquier molestia en su cuerpo para él es una enfermedad terminal, cualquier conflicto o roce con los demás es una demanda, cualquier actividad que realice debe estar destinada a la grandeza, no le interesa el trabajo común, eso es para seres inferiores. Por no decir, que también es un gran holgazán. Tiene 30 años, vive con su madre y su gran sueño es poder vivir de un cheque social. Se encierra en su cuarto a escribir sin parar una serie de cuadernos que el denomina “Gran Jefe” llenos de sus reflexiones con las que pretende cambiar el mundo, pero no son para aliviar su espíritu, sino para algún día ser una gran obra. Tiene constantes problemas de gases porque su válvula pilórica no funciona bien. Según él, porque es más desarrollada que la de los demás (Otra exageración) Cuando cualquier situación lo incomoda, por mínima que sea, inmediatamente su válvula se cierra y comienza a hincharse como un gran globo. Por la misma razón, los eructos son parte inherente de su personalidad. Todo le molesta, todo le incomoda, el mundo entero está en su contra. Por lo mismo, la estabilidad de su mente siempre está en duda. Ignatius Reilly es una gran hipérbole.

 

“La mayoría de los necios no entienden mi visión del mundo en absoluto”.

 

Ahora vamos con el argumento del libro. Como ya conocen un poco a Ignatius, solo un poco, porque me quedé corto en su descripción, les puedo contar que por ciertos motivos, su madre y él deben pagar un gran cantidad de dinero por algo que hicieron. Y esto activa la novela y pone en acción a los personajes. Su madre, le dice a Ignatius que no tiene como pagar ese dinero por lo que él debe encontrar un trabajo. Y ya se pueden imaginar lo que significa para una persona tan especial como él tener que salir a la calle a buscar empleo. Es una verdadera perversión.

 

“… el nuevo destino de Pedro Labrador sería muerte, destrucción, anarquía, progreso, ambición y autosuperación. Iba a ser un destino malévolo: ahora se enfrentaba a la perversión de tener que IR A TRABAJAR”.

 

Ignatius es un Don Quijote con sobrepeso, pero al contrario del Hidalgo Caballero no basa su locura en libros de caballería. Sino en tratados filosóficos medievales. Se considera a sí mismo un medievalista, un intelectual y un mártir del medioevo. Su gran mentor es el filósofo romano Boecio y su gran obra: La consolación por la filosofía. Este libro encierra un concepto clave para la historia y para Ignatius: La rueda de la fortuna. Es decir, Ignatius cree que su vida está gobernada por el azar que la rueda de la fortuna dispone para él. Donde pueden haber ciclos buenos, como también ciclos malos. Buenas épocas y malas épocas. Y claro, de la forma en que inicia la novela está claro para Ignatius que la rueda se ha ensañado con él y lo está haciendo pasar por una mala racha.

 

“Oh, Fortuna, oh, deidad ciega y desatenta, atado estoy a tu rueda —Ignatius eructó—. No me aplastes bajo tus radios. Elévame e impúlsame hacia arriba, oh diosa”.

 

Y esta frase, que parece otro de los disparates de Ignatius, encierra el entramado de la historia. La historia está diseñada para representar el movimiento de la rueda de la fortuna.

 

Cuando un policía intenta detener a Ignatius en las primeras páginas del libro se inicia un ciclo donde la rueda gira hacia abajo para nuestro protagonista, donde empieza a ser aplastado por ella. De esta forma comienzan a sucederle una serie de acontecimientos desagradables, uno tras otro. Es decir, que la conjura de los necios no es más que un viaje dentro de la rueda.

 

Como lectores y a través del narrador omnisciente, seguimos a Ignatius que debe salir a buscar empleo. Nos entretenemos con su historia, con sus disparates, con los empleos que consigue y con las personas que conoce en dichos empleos.

 

Pero la narración tiene algo muy interesante. Los personajes que conocen e interactúan con Ignatius no desaparecen de la historia, sino que se integran a ella y se narran sus propias historias. Ignatius pasa por sus vidas y ellos entran en el libro y a pesar de que Ignatius se aleje de ellos en la historia, el narrador nos sigue contando sus vidas, porque sus historias personales se empiezan a entrelazar con el argumento principal. Ellos también entran en la rueda y empiezan a girar con Ignatius.

 

Todos entran en el ciclo, Ignatius los inicia, los toca con su presencia y los convierte en nuevas presas de la rueda. Esta idea, me pareció realmente bella y artística, porque en la novela todo lo que sucede parecen simples acciones cotidianas y disparatadas, pero están todas llenas de sentido. Lo disparatado de las ideas y acciones de Ignatius parecen no tener ninguna lógica. Pero incluso lo más absurdo tiene un por qué en la historia. En las páginas finales todo encaja, todo calza perfecto. La gama de personajes recibe el veredicto final de la rueda, algunos terminan aplastados mientras otros suben. Es realmente hermoso.

 

La novela está narrada de forma simple y directa por el narrador omnisciente. Pero en ocasiones es interrumpida por pequeños fragmentos que Ignatius escribe en sus cuadernos Gran jefe, que generalmente son reflexiones de sus aventuras. Reflexiones con las cuales podemos conocer un poco más a profundidad la mente de nuestro antihéroe. También la narración es interrumpida por la correspondencia que Ignatius mantiene con una amiga muy especial, Mirna Minkoff. Como la historia no tiene una mayor complejidad narrativa y abusa sin contemplaciones del humor, muchos se aburren y abandonan la novela. ¿Y esto por qué? Porque la historia carece de la típica tensión narrativa que alimenta las ganas de seguir leyendo, de seguir avanzando. Es arriesgado lo que hace el autor, porque busca reemplazar la clásica tensión narrativa generada por una historia interesante, que atrapa al lector, por una historia donde el humor debe atrapar al lector, es el humor el que cumple el papel de generar tensión, es el encargado de captar la atención, por eso, si el lector no encuentra graciosa la novela, es muy probable que no la siga leyendo. Porque las aventuras de Ignatius buscando empleo no logran ser una historia por sí sola atrayente, sus acciones no son interesantes, pero el humor las transforma y las vuelve atractivas. Lo mismo para el resto de los personajes, sus vidas son anodinas, sin brillo ni gracia, son vidas grises y tristes, rutinarias, que a nadie les interesa, pero que, revestidas de un barniz cómico, toman otra forma. Porque el autor en ningún momento intenta contarte una historia que te atrape, sino una historia que revele una realidad social y una realidad humana. Mostrando nuestras miserias como sociedad. Lo bajo que hemos caído, lo enfermas que están las personas por vivir como lo hacen, por intentar seguirle el ritmo al mundo, y de cómo este mundo moderno las afecta, como las corrompe y las humilla. Las destruye. En la novela se describen empleos miserables, sueldos miserables, pocas oportunidades para las personas de encontrar un trabajo decente. Personas de la tercera edad aún trabajando, abusos por ser afroamericano. Personajes que caen en vicios para poder escapar de la realidad. Mientras que, las personas con mejor situación económica no se encuentran mejor, carecen de perspectiva, no tienen conexión con la realidad, tienen también sus propios problemas, puede que no sean económicos pero son de otra índole. E ignatius se pasea por la Nueva Orleans de los años 60 buscando un trabajo, pero en el fondo lo que hace es darnos un tour por la realidad de su tiempo, por su realidad social, la que todavía sigue siendo la realidad de nuestro tiempo y por eso la novela no pierde frescura.

 

Una historia así, que tiene un mensaje tan potente, sin el humor, nos destrozaría. Todos los personajes que afrontaran una vida así, son prisioneros de un sistema. Atrapados, coartados, limitados para vivir. Y eso es devastador para un lector sensible. Pero como bien dijo Cortázar en sus clases de literatura. El humor es imprescindible en la novela cuando se tratan temas complejos y dolorosos, el humor, a veces, es la única forma de enfrentar una situación difícil. Y aunque la novela de Toole está llena de anécdotas graciosas, no puedes quitarte un gusto amargo al leerla, esa tristeza que desprende.

 

Esto John Kennedy Toole lo sabía muy bien. Una persona que de alguna forma siempre sintió la limitación. Toma a sus personajes y hace lo más humano que se puede hacer. Reírse de sus propias desgracias. De sus propias vidas, porque si eres capaz de reírte de ti mismo aún conservas una pizca de libertad. Si eres capaz de reírte de ti mismo aún el sistema no ha ganado. Aún los necios no han ganado. La batalla continúa. Y toda esta gama de personajes encabezada por Ignatius apuntando su espada de plástico hacia el frente, nos están enviando un mensaje. A pesar de las injusticias y el dolor, No te rindas que la rueda sigue girando.

 

A menudo las novelas que son cómicas no son tomadas en serio. Se leen con ligereza, porque existe la idea equivocada de que lo que es cómico no puede ser importante. En la conjura de los necios John Kennedy Toole nos dice todo lo contrario, lo que es cómico encierra los mensajes más importantes. Claro, el humor de Toole no es un humor para todos, y eso limita un poco el alcance de la novela, porque es un humor negro, ácido. Y entiendo a los que no les gusta. Es normal. Sobre todo Ignatius, no es un personaje para todos. A muchos les puede repeler. Ignatius funciona dentro de extremos, es extremadamente glotón. Pero a la vez, es tremendamente pobre, por lo mismo cuando puede comer algo se lo devora.  Es excesivamente ególatra, pero muy torpe, perdí la cuenta de todas las veces que sucumbió ante la gravedad. Se cree muy listo, pero sin darse cuenta revela sus vergonzosas intimidades. Pregona contra el sistema, pero al mismo tiempo no puede perderse ninguna película. Su contradicción es humana. Sus extremos lo hacen gracioso, pero luego de la risa viene la sonrisa triste. Ignatius es grande, enorme, una montaña, pero es muy sensible, el mundo lo hiere. Su válvula se cierra, sus manos empiezan a picar. Sufre. En la conjura de los necios, luego de la risa, viene la tristeza. La amargura se cuela como un polizón a bordo, te invade inesperadamente y te hace reflexionar.

 

Ahora que lo pienso, cada uno de los personajes me gustó mucho. Creo que Toole explotó muy bien sus personalidades para hacer humor.  Agregó elementos físicos, cosas, objetos para a través de la reiteración hacer sus acciones más graciosas. Por ejemplo, jamás podré olvidar al señor Clyde y su tenedor, de Jones sus lentes y su eterna humareda, además de su lenguaje. De Santa Battaglia el retrato de su madre, de la señora Reilly sus zapatos de bolos, Los disfraces de Mancuso. La tabla para hacer ejercicios de la señora Levy, la visera verde de Trixie. Y la indumentaria de Ignatius, la cual ya era llamativa y que Toole acentúa más cuando pone la espada de juguete en sus manos y el resto de los accesorios de su disfraz.

 

Bueno, Lamento haber hecho una reseña tan larga, se que va en contra del buen gusto y la decencia, de la teología y la geometría. Pero espero les haya gustado. No vemos la próxima semana. Atentamente El zorro.

 

Pueden encontrar esta misma reseña en mi canal de youtube:




 Ricardo Carrión

Administrador del blog

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