Mi crisis personal
Antes de entrar a estudiar agronomía era un simple espectador de grandes áreas cultivadas con paltos, vid o cualquier tipo de cultivo que en esos tiempos eran fuente de grandes ingresos. Me gustaba admirar la simetría de sus hileras, la perfección de los cuarteles establecidos, la geometría perfecta con que cada planta era colocada en su sitio. Me perecía bello, “perfecto”.
Quizás en aquellos tiempos le faltaba un poco de orden a mi vida y por eso me impresionaban tamañas obras de la ingeniería aplicadas a la naturaleza, llegando a dominarla y mantenerla sometida.
Pasó el tiempo y comencé a empaparme de la ciencia agropecuaria. Al estudiar agronomía me gustó la bioquímica, la genética y la taxonomía vegetal, en general me fascinaban todas las materias de los primeros años, que exudaban ciencia por todos sus poros. Luego siendo ya un alumno más avanzado y más preparado científicamente, la rigurosidad de la malla curricular me golpeó brutalmente “me noqueo”. Pase de hacer ensayos con fertilizantes naturales, al salvaje mundo de la producción agropecuaria, a la exportación, al monocultivo, a establecer y mantener esas grandes áreas cultivadas que tanto admiraba en mi adolescencia.
Me deprimí y mi espíritu se quebró, me vi obligado a subir al tren de la producción en masa. Bajarme de él significaba abandonar mi carrera, por lo cual, decidí continuar y terminar.
Era una verdadera agonía soportar esas clases dedicadas a tratar a todos los árboles, plantas, y animales como si fueran uno sólo, como si no fueran diferentes entre ellos.
Por más que un árbol sea de la misma especie que otro no significa que sean iguales, son diferentes. No son “cosas”. El someterlos a todos, podándolos, colocándolos uno al lado del otro en una línea recta interminable, abstrayéndolos y volviéndolos uno sólo, me hizo comprender cuan equivocado estaba yo y el mundo, en la forma en que deberíamos producir alimentos y alimentarnos.
Fue en ese momento que me di cuenta que mi preparación científica debía ser puesta al servicio de la producción en masa dominada por el poder económico. Y entonces la naturaleza comienza a verse desde un punto de vista científico, en donde todo se razona y se vuelve cuantificable (toneladas por hectáreas, densidad de plantación, metros lineales).
Esta industrialización de la agricultura, ignora la individualidad de los seres, y con ello la de los agroecosistemas, desprecia la interacción entre los diferentes individuos que lo componen incluyendo al propio ser humano.
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